Roma fue una sociedad compleja. Los escritores trataron de reflejarla en sus textos, a menudo, envolviéndola en buenas dosis de sentido del humor.
PIR.— (Saliendo de casa y hablando con los esclavos que están dentro.) Más luciente que los rayos del sol en un día de cielo límpido me habéis de dejar el escudo: que, cuando llegue el caso, su brillo ciegue en medio de la batalla la vista de las filas enemigas. [5] Es que quiero consolar a mi espada, que no se lamente ni desespere de que la lleve ya tan largo tiempo sin oficio, cuando está la pobre infeliz ardiendo en deseos de hacer picadillo a los enemigos. Pero ¿dónde está Artotrogo? [10]
AR.— Aquí, a la vera del varón valeroso y afortunado, un príncipe se diría, un guerrero..., ni el dios Marte osaría nombrar ni comparar sus hazañas con las tuyas.
PIR.— ¿A quién te refieres, a ese que salvé yo en las llanuras de los Gorgojos, [15] donde era general en jefe Bumbomáquides Clitomestoridisárquides, de la prosapia de Neptuno?
AR.— Sí, sí, lo recuerdo. ¿Tú dices aquel de las armas de oro, cuyas legiones desvaneciste de un soplo, al igual que el viento las hojas o las pajas de un tejado?
PIR.— Bah, eso es cosa de nada. [20]
AR— Cosa de nada si es que lo vas a comparar con otras hazañas que yo podría contar, (al público) y que no has jamás llevado a cabo; si es que alguien ha visto en toda su vida a un hombre más embustero o más fanfarrón que éste, aquí me tiene, soy todo suyo —solamente, eso sí las aceitunas esas que se comen en su casa, son de locura—.
PLAUTO, el militar fanfarrón
En este fragmento puede apreciarse como Plauto ridiculiza a un personaje utilizando su apariencia. En este texto el humor se muestra en la ironía y la burla de Artotrogo, el esclavo a su amo Pirgopolinices, utilizando el absurdo (''solamente, eso sí las aceitunas esas que se comen en su casa, son de locura''), y la degradación al personaje con descripciones como la de ''embustero'' o ''fanfarrón''.
El fragmento es una burla hacia los soldados romanos por parte de un humilde esclavo.
Cuando se fueron, se trajo un repositorio sobre el que iba un jabalí de lo más
descomunal y con un píleo por añadidura. De sus colmillos pendían dos
canastillas de palma, una con dátiles cariotas y otra con dátiles tebaicos.
Alrededor la bestia tenía unos lechoncitos de mazapán en posición de mamar,
para dar a entender que se trataba de una hembra. Los lechones, por supuesto,
nos fueron distribuidos como recuerdos.
Además contaré que, para cortar el jabalí, no vino aquel Carpo que despedazó
los pollos cebados, sino un gran barbudo con las pantorrillas ceñidas con correas y envuelto en un multicolor manto de caza. Desenvainó éste un cuchillo de caza, lo clavó con fuerza en las costillas del jabalí, y varios tordos escaparon volando del corte.
Unos pajareros con sus varetas ya estaban preparados para esto, y al instante atraparon las aves que revoloteaban en el triclinio. Trimalción ordenó damos un pájaro a cada uno
PETRONIO, El satiricón
También Petronio muestra interés por el asunto de la apariencia. Trimalción, un esclavo liberto que se ha enriquecido, organza una cena en la que todo es lujo exageración y desmesura.
En este texto se muestra también desde la perspectiva de un esclavo liberto, la absurda sociedad romana. En concreto, la forma de actuar y las costumbres de las clases altas, que se divertían en fastuosos banquetes, de lo más peculiares.
La Fortuna, que no se hartaba de atormentarme, me instruyó y aparejó de nuevo otra mayor pestilencia y daño; la cual fue que me echaron a traer leña de un monte y entregáronme a un muchacho que me llevase y trajese, el más falso rapaz y maligno de todos los del mundo: que no me fatigaba tanto la áspera subida del monte muy alto, ni las piedras y riscos ásperos por donde pasando me quebrantaba las uñas, como los grandes y muchos golpes de las varadas que a menudo me daba, en tal manera, que dentro en el corazón me entraba el dolor de las heridas, y con el pie derecho siempre me daba tantos golpes, que hiriendo en un lugar, me desollaba el cuero y abierto un agujero de una llaga muy ancha, que más se puede decir hoyo y aun ventana grande. Y con todo esto no dejaba de siempre martillar en una misma llaga llena de sangre, y echábame tan gran carga de leña a cuestas, que quienquiera que la viera dijera bastaba más para un elefante que para un asno. Aquel falso rapaz, cada vez que la carga pesaba más a una parte, y se acostaba a un lado, en lugar de quitarme la leña de aquel cabo para que, quitado el peso, me quitase de aquella fatiga, o al menos pasar los leños de un lado al otro para igualar la carga, hacíalo al contrario, porque echaba muchas piedras a la otra parte. Y así curaba el mal y pena de mi carga.
Este mal rapaz pensó e hizo una travesura de esta manera: tomó un manojo de zarzas, con las espinas muy agudas y venenosas, las cuales, atadas, colgó y puso debajo de mi cola para atormentarme; de manera que, como yo comenzase a andar, conmovidas e incitadas me llegaban con sus púas y mortales aguijones.
Así que yo estaba puesto entre dos males: porque si quería huir corriendo, heríame muy más reciamente la fuerza de las espinas, y si me estaba quedo un poco, porque no me lastimasen las zarzas, dábame de varadas para hacerme correr; que cierto aquel maligno rapaz no parecía que pensaba en otra cosa sino cómo me matase y echase a perder, y así lo juraba, y algunas veces me amenazaba. Y cierto su detestable malicia le estimulaba para que hiciese otras peores cosas; porque un día, a causa que mi paciencia ya no podía sufrir su gran soberbia, dile un par de coces, por la cual causa él inventó contra mí un crimen y hazaña endiablada: cargome encima dos barcinas de tascos muy bien ligados con sus cuerdas, y así llevome por ese camino adelante, y llegado a una aldehuela, hurtó una brasa de fuego encendida y púsola en medio de la carga; el fuego, calentado y criado con el nutrimiento de los tascos, alzó grandes llamas, de manera que el ardor mortal me cubrió, que ni había remedio a tan gran mal ni parecía socorro alguno a mi salud; y como semejante peligro no sufre tardanza, antes pervierte todo buen consejo,
APULEYO, El asno de oro
Pero sin duda fue Apuleyo quien mejor reflejó la sociedad romana. El protagonista de su novela es Lucio, quien se ve convertido en asno e inicia un periplo de amo en amo hasta recuperar su apariencia humano. Al hilo de la peripecia, Apuleyo muestra un conjunto de distintos personajes, comportamientos vicios y virtudes en una crítica humorística a la sociedad del momento.
Para terminar esta entrada, aquí dejo la primera escena de la película de Richard Lester Golfus de Roma, donde se nos presenta ese sentido del humor romano plasmado en la literatura y que pretenda la burla hacia el absurdo de la sociedad romana.
La película fue rodada en España para aprovechar los decorados construidos por Samuel Bronston en las afueras de Madrid para el film La caída del imperio romano. Se trata de la versión cinematográfica de un éxito musical de Broadway. Su argumento y personajes son una contaminatio (mezcla) de comedias plautinas. No es una reconstrucción fiel o arqueológica del teatro de Plauto, sino una reinterpretación de la mano de los mejores cómicos del momento.
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